Resulta que estábamos en Dublín por unos cinco días, lo que daba para hacer bastantes cosas y trillar bastante la ciudad: el Trinity College, Temple Bar, la imponente cárcel de Kilmainham Gaol, la catedral de St Patricks y la Christ Church, el Dublin Castle, la Guinness Storehouse, algún que otro museo, parques, y cerveza, mucha cerveza. Hasta nos vimos un rato de un partido de fútbol gaélico en el hostel en un momento que estábamos medio al pedo.
Y uno de esos días nos fuimos caminando desde el hostel, que quedaba frente al Trinity College, a la estación Conolly, a unos quince minutos de distancia. Ahí compramos pasaje de tren con destino al pueblo costero (o suburbio) de Malahide. Y otros quince o veinte minutos después habíamos hecho los apróximadamente quince kilómetros que separan a Malahide de la ciudad de Dublín. También se puede llegar fácilmente en bus, pero el tren siempre tiene más encanto, ¿no?
Como les comentaba es un pueblo costero o balneario ubicado sobre la costa sur del estuario de Broadmedow que se forma con la conjunción del agua dulce del río Broadmedow y el agua salada del Mar Irlandés. Malahide es muy coqueto, tiene su puertito deportivo, sus casas de estilo residencial, su zonita de bares y pubs y viven unas dieciocho mil personas. Entre sus habitantes más notables están o estuvieron: la familia (del whiskey) Jameson, el histórico delantero de la selección de fútbol irlandesa Robbie Keane, los Gleeson (padre e hijos) actores de Hollywood, Adam Clayton y The Edge the U2, y Richard Talbot.
Pero esperen, ¿quién es ese tal Richard Talbot? Para responder a esa pregunta tenemos que remontarnos unos ochocientos cincuenta años para atrás, aunque ya que estamos en la máquina del tiempo podemos aprovechar y hacer dos paraditas cortas un poco más lejos. La evidencia más vieja de habitantes en la zona data de unos seis mil años atrás y cuenta la leyenda que el legendario pueblo de los Fir Domhnainn habitaba la zona. Pero fueron los vikingos (¿cuando no?) varios miles de años después quienes a fines del siglo VIII lo convirtieron en un asentamiento regular aprovechando la protección que brindaba el estuario y estableciendo una base en la zona.
Luego de que el último rey danés de Dublín se retirara a Malahide en 1171, fue ejecutado por rebelarse y sus tierras fueron entregadas por Enrique II a un caballero normando, Sir Richard Talbot, por sus servicios en la conquista de Irlanda. ¿Y por qué tanta insitencia con Talbot? Porque alrededor del 1250 el amigo Richard se mandó construir lo que nos llevó a visitar este lugar, el Castillo de Malahide. Así fue que en torno al castillo se fue desarrollando el poblado al que contar con un puerto seguro lo ayudó a progresar y desarrollarse, y fue pasando de Talbot en Talbot y sufriendo reformas y ampliaciones durante cientos de años, con un breve período que se estableció la familia Cromwell, pero luego volvió a sus dueños originales hasta que Lord Talbot de Malahide muere en 1973 y luego de más de setecientos años casi ininterrumpidos de ser los propietarios del lugar, los herederos deciden poner en venta el castillo y sus terrenos que son adquiridos por el Ayuntamiento de Malahide.
Aunque la zona ya tenía interés turísitico como balneario en la segunda mitad del siglo XIX porque se había construído la línea ferroviaria Dublín-Drogheda que hacía parada en Malahide y se lo conocía como "a genteel ghetto for disengaged West Britons".
Pero todo este preámbulo fue para llegar por fin al castillo que con la compra por parte del Ayuntamiento fue abierto al público. Llegar a él ya tiene su parte entretenida porque está ubicado en un inmenso parque que tiene de todo un poco para ir haciendo paradas admirando el lugar que tiene un cuidado por cada detalle que es precioso. La caminata les puede llevar unos treinta minutos pero eso va a depender del ritmo que le ponga cada uno para irse frenando en los distintos detalles, así que puede terminar siendo una hora o más, creanme que realmente es muy bonito el parque.
Y lo mejor de lo mejor es que entrar al castillo es gratis, claro, si quieren visitarlo al cien por cien, ahí si deberán comprar la entrada que se puede hacer en su web. Ahí podrán recorrer las distintas habitaciones, ver todo el mobiliario de época y conocer más de la historia del lugar. Dentro de la parte gratis está la cafetería y la verdad que tomarse un café sentadito en un castillo de más de setecientos años no es cosa de todos los días así que también vale la pena darse una vuelta por ahí. Perfectamente puede ser un paseo que hagan sin gastar un solo euro porque ingresar al parque tampoco tiene costo. Pero además ofrecen otras experiencias (pagas) porque están los jardines, la casa de las mariposas y un camino de hadas para que disfruten los niños. Incluso se realizan recitales y han pasado varios históricos de la música por acá.
Luego de la visita al castillo se puede aprovechar a recorrer el pueblo que también es muy pintoresco. Pasear por el puerto y por supuesto tomarse algo en alguno de los pubs del lugar. Es un paseo que se puede pensar perfectamente para pasar una mañana, una tarde, o perfectamente todo el día porque solo la ida al castillo con el parque y alguna actividad extra que hagan ahí les va a llevar un buen rato.
A nosotros realmente nos encantó la visita al lugar, viajar un rato en el tiempo y salir un poco del bullicio de la ciudad que nunca viene mal.
Y con una foto final a las puertas del castillo (y con varios años menos) me despido hasta el próximo posteo.
¡Gracias por leer!